El domingo 26 de febrero tuve el gusto de presentar mi nuevo libro de biografías felinas dentro del marco de la FIL en la Ciudad de México. La Catedrática e Investigadora de la UNAM Yolanda Bache Cortés me hizo el honor de acompañarme en el estrado, bautizando el libro con el texto que les comparto a continuación. Fue un evento entrañable gracias al entusiasmado público, los amigos y seres queridos que me acompañaron y el bello texto que les comparto a continuación.
Presentación Crónicas del ronroneo, de Elvia Ardalani “El que logra amar a un gato aprende a amar sin interés, sin apegos, sin deseo de dominar” Verónica Galla Dedico esta lectura a Ladrillo, Coco, Bruu, Moo, Milka, Gabbana, Lea, Hershey, Duke y Maya Cuando acepté la invitación de Elvia Ardalani para presentar sus Crónicas del ronroneo no conocía a la autora ni tenía la más remota idea de la naturaleza del libro. El título me remitió automáticamente a ese universo felino que ha enriquecido - y continuará haciéndolo- el ámbito literario. Acepté sin meditarlo mucho, aunque. debo confesar que no había tenido una cercanía con los gatos: mi inclinación es más afable con los perros y como Neruda tampoco podía -ni puedo- “descifrar un gato” y, desde mi ilusa percepción y sin profundizar en las palabras del poeta chileno, asumía que “todo gato es gato/ desde bigote a cola”. Inexplicable para mí también es el motivo por el cuál en mi casa se han hospedado diversos objetos gatunos que generosamente me han hecho llegar queridos amigos y alumnos. No sé por qué -aún me lo pregunto- el primer felino que vino a mi mente fue Chucho el Roto: lo conocí el siglo pasado, literalmente hablando, una tarde en casa del maestro Emilio Carballido. Después de observarme atentamente durante unos minutos, de romper todo protocolo y enroscarse en mi cuello, y posteriormente instalarse cómodamente en mi regazo, la curiosidad inicial de Chucho fue aclarada y mi temor inicial fue subsanado: esa cercanía me hizo suponer que Chucho me había dado su aprobación y me dio confianza; así cómodamente alojado, terció en el encuentro y procedió a escuchar el caudal generoso del Maestro -afortunada experiencia cotidiana a la que él estaba acostumbrado-;, de vez en vez me miraba, movía su cabeza al escuchar mi voz y, estoy segura, percibió mi afectuoso respeto por el anfitrión. El ilustre cicerone permaneció con nosotros toda la velada. Al evocar hoy ese momento aprendí que, como Elvia Ardalani me reveló más tarde, “Un gato también puede ser una casa” [p. 13] ; meses después, en dos ocasiones más, Chucho y yo nos volvimos a encontrar: nunca fue indiferente y como si fuera un ritual, sin mediar palabras o reconocimientos, automáticamente se apostó en mi regazo -inusitada cercanía que me brindó la “oportunidad de acariciar al tigre”, como diría José Emilio Pacheco-; durante esas tertulias ronroneaba mientras movía la cabeza, esporádicamente cerraba los ojos, los abría y me miraba condescendiente -quiero pensar que como signo de aprobación a mis preguntas o, tal vez, como demostración de su magnánima tolerancia a mi franca espontaneidad. A ese periplo memorístico también acudió Pesadilla, mi vecino que da hospedaje a Gaby y a Hugo, y que resguarda celosamente su privacidad: imperturbable, displicente, de cuando en cuando, accede a mirarme desde su balcón, y en nuestros esporádicos encuentros nunca responde a mi saludo nocturno. Los gatos criaturas ficcionales de cuentos, poemas, novelas: El gato con botas; Crookshank Hermione de Harry Potter, Tom Cuarzo de Twain; Zapaquilda, Marramuquiz y Micifuf , el triángulo amoroso de La gatomaquia de Lope de Vega; la entrañable relación de Zorbas, Afortunada y el poeta de la Historia de una gaviota y del gato que la enseñó a volar, de Luis Sepúlveda… todos ellos fueron invocados ante el título sugerente de un libro que aún no tenía en mi poder. Perrault, Poe, Lovecraft, Zola, Kipling, Elliot, Murakami, García Marques … la lista de autores que han inmortalizado en su escritura a estas criaturas es infinita. Los gatos, cofrades silentes y escudriñadores de muchas figuras de la historia literaria: Beppo y Odin, presencias borgianas que deambularon libremente de la ficción a la realidad; y compartiendo y consolidando el acto creativo Miau Tze Tung, Fray Gatolome de las Bardas, Catzinger, Miss Ogionia y aquellos otros que habitaron la cotidianeidad de Monsiváis. Recordé a los gatos en los mil refranes alusivos a la naturaleza del “homo sapiens”: “No le busques cinco pies al gato”, “Cuando no está el gato salen a pasear los ratones”, “Un ojo al gato y otro al garabato”, “De noche, todos los gatos son pardos”, “La curiosidad mató al gato” … quizás estos repasos me estaban preparando para una grata experiencia. Cuando tuve en mis manos el volumen, y después de escudriñarlo, traté de someterlo al rigor de un calendario arbitrario y por demás endeble: “Como tengo diversas tareas académicas -me dije- las Crónicas tomarán su lugar en la fila de los pendientes; la lectura la haré pausadamente, entre el avance de mi investigación y la preparación de clases: será un breve respiro”. “La escritura -dice Elvia- es un camino sondado de sorpresas, un campo minado donde todo puede suceder” [p. 9] y las Crónicas del ronroneo son un ejemplo de ello: la lectura “pausada” fue imposible: cada repaso de la galería felina compartida por Elvia me impidió cerrar el libro y lo degusté de principio a fin, en una sesión. Esas criaturas misteriosas, de elegante belleza, inaccesibles, altivas, y totalmente desconocidas para mí, me atraparon y corroboraron, una vez más, mi certeza de que los gatos, así como los perros --arbitrariamente clasificados como “irracionales” en la escala zoológica- no necesitan hablar. Entre ellos las palabras salen sobrando: más que instintivo, su medio de comunicación no conoce regodeos, dobleces o matices, y los atenuantes sinónimos demuestran su ineficacia: ellos expresan llanamente con un maullido, un ronroneo o un ladrido, lo que sienten y piensan: “Si los animales pudieran hablar -señala Elvia-, si tuvieran interés en narrarnos su historia, nos encontraríamos con que su recorrido es muy similar al nuestro” [9]. Iniciar mi lectura de las Crónicas del ronroneo me remitió a los Gatos ilustres de Doris Lessing. La escritora inglesa y la mexicana comparten una afectuosa relación doméstica: el libro que hoy nos convoca perpetúa historias de ”vidas [que] también tienen derecho a ser contadas” [p. 8]: Toulouse, Berlioz, Eréndira, Ketté, Simba, Nala, Elizabeth, Rumi, Mao, Rostam Mateo, Hipólita, Antíope, Kiara, Happy, Mapachita y Memo nos brindan la posibilidad de reconocernos y confrontarnos ante sus innatas cualidades, mismas que la modernidad ha ido desgastando en los seres humanos: la solidaridad, la ternura, y por sobre todo, la LIBERTAD conjugada en todas sus posibilidades significativas. Crónicas del ronroneo no sólo nos permiten atisbar la amorosa y recíproca filiación de la narradora y sus gatos: cada biografía patentiza y descubre quién es Elvia Ardalani: con esa “absoluta honestidad emocional” que Hemingway confiere a los gatos, la cronista testimonia un conmovedor itinerario que descorre los velos de una cotidianeidad moldeada por sorprendentes encuentros y penosas despedidas, la certeza de la muerte, el dolor, la prudencia, la fidelidad conyugal, el rechazo, la maternidad, la amistad, el respeto absoluto, la total aceptación, la resiliencia… trazos que distinguen la relación afectiva entre la escritora y sus compañeros de vida. “[N]o sé – advierte nuestra autora- si exista o no el destino, pero lo que puedo vehementemente afirmar es que de existir no solo se enfoca en los seres humanos, sino también al resto del mundo animal, mineral y vegetal” [p 35} y nada más cierto: en cada una de las semblanzas gatunas es ostensible que en el destino de los protagonistas y la narradora no hay cabida para la “casualidad”. Elvia y los mininos están predestinados para compartir infortunios y victorias, y dejar “mutuamente una huella perdurable en el camino” [p. 35]. Elvia Ardalani confiesa “dos cosas me han apasionado a lo largo de mi vida. Los libros y los gatos. […] los libros […] saben ser compañeros en el silencio” [p. 7]; a los gatos- concluye- “me he acercado […] con el corazón en la mano y la entrega total” y han sido “compañeros de vida y escritura” [p. 8]. La cercana y afectuosa relación con sus libros y con sus gatos, son los atributos que definen como persona y como escritora a nuestra anfitriona. José Watanabe advierte que “Los gatos son peligrosos para la poesía: pronto/ -concluye- acumulan adjetivos, mucho provocan, mucho seducen”: La relación de Elvia con sus compañeros es patentizada ante el irresistible ronroneo que marca el ritmo vital de su escritura: en los epígrafes que abren cada historia del prontuario: deseosa de plasmar en la brevedad los rasgos distintivos de sus biografiados, Elvia Ardalani moldea su emoción poética ante el encanto y la grandiosidad de los amados huéspedes de cada página: Simba “Cuando duermes contento / entre mis libros/ y miro deshacerse el día entre tus sueños/, la poesía me llama por tu nombre/,y escribo, escribo, escribo tu silencio” [p. 53]. Elvia pinta colores, delimita espacios, captura atmósferas, describe fisionomías, comparte emociones, establece distancias, acaricia texturas… signos inequívocos de una grata afinidad que es compartida desde una praxis estética: así gracias a su afecto, podemos conocer a Kiara, “caja de sorpresas” [147], -como este libro- “turmalina clavada en el muro dorado del perdón” [149], “indiferente como el diamante en un anillo y singular como una perla negra” [143]. El hilo narrativo de cada historia nos abre las puertas del gatio, espacio destinado exprofeso para la convivencia colectiva, sucedáneo del corazón de todos los miembros del núcleo familiar, territorio doméstico en el que el libre albedrío gatuno establece normas y sella su destino; ámbito que ostenta la huella indeleble del paso por la vida de cada uno de los habitantes de la morada. En cada semblanza que Elvia comparte con sus lectores son evidentes los vínculos afectivos -lazos tejidos con hilos invisibles y fuertes como los de una telaraña-, lazos indestructibles preservados por una nostalgia intacta. Para los 16 biografiados las palabras han sido innecesarias: la comunicación procede de los nexos que los ligan a cada uno de los residentes de la casa que comparten, a los que han acompañado ayudándolos a crecer ante las adversidades, estableciendo un sabio equilibrio para la sobrevivencia mutua, revelando la posibilidad de vivir la empatía a plenitud. En el itinerario afectivo, Elvia abre un breve espacio y nos permite conocer el triste destino de Lady Hersey Godiva, “puente perruno por el que transitamos humanos [….] enlace entre especies y capítulos” [p. 91] Hersey, la noble perra “de orejas largas y gachas como dos pañuelos de seda” [p. 83], “ejemplo de convivencia, lealtad y tolerancia” [p. 87] y víctima de la crueldad humana que me remitió a la historia del Pinto, el protagonista de un relato de Micrós que por doloroso no he podido releer y que en este recuento nuevamente abrió viejas heridas. Toulousse, Mapachita, Happy Memo -el “león en miniatura”- y sus compañeros de andanzas en las Crónicas del ronroneo me dieron la oportunidad de recordar afectuosamente a Chucho el Roto, de abrigar la esperanza de que no le soy tan indiferente a Pesadilla y que la definición de Neruda tiene otra posibilidad significativa más profunda. Gracias Elvia por permitirme acceder a un mundo antes desconocido y de transitar, guiada por tus 17 amados compañeros, a los rincones más preciados de tu alma. Estoy segura de que el epígrafe que “casualmente” elegí antes de conocerte es justo y apropiado: “El que logra amar a un gato aprende a amar sin interés, sin apegos, sin deseo de dominar”. Te confieso que me siento muy honrada porque también soy de aquellas afortunadas que -y te cito- entienden “la alegría de un ronroneo, la ternura de un ladrido, el lenguaje creado entre los que se aman”. Y concluyo con palabras que no son mías, que pertenecen a Bukowski, augurándote que: “Cuando más gatos tengas, más vivirás” ” Casualmente” el 20 de febrero una historia amorosa promovió que esa fecha fuera declarada Día internacional del gato. Yolanda Bache Cortés es Licenciada en Lengua y Literatura hispánicas; Maestra en Literatura Iberoamericana (UNAM, FFyL). Investigadora definitiva en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Profesora definitiva en el Colegio de Letras Modernas y de asignatura en el Colegio de Letras Hispánicas (UNAM, FFyL). Ha publicado libros (tres de ellos premiados) y artículos especializados sobre crónica teatral y literatura infantil del siglo XIX. Es miembro de comité editorial de dos revistas especializadas.
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