Prólogo a Miércoles de Ceniza Dra. Connie Palacios/Anderson University
“No hay palabras no hay poema ni poeta ni lengua / para esta incertidumbre de la ausencia” nos dice en su “Miércoles de ceniza” Elvia Ardalani. Hago mío los versos anteriores y me amarro a ellos desde esta mi orilla de percepción crítica --a la cual le llamo mi estilística integral,[1] para no naufragar en el desgarrado amor que se rezuma en la obra, y poder trazar de una manera un tanto objetiva un acercamiento tentativo al poema, sabiendo de antemano que si no hay poeta que exprese a cabalidad ‘la incertidumbre de la ausencia’, porque las palabras al fin y al cabo, peces escurridizos, no lo permiten; tampoco existe una “ciencia de la literatura” como bien lo ha expresado ya Dámaso Alonso en su Poesía española que pueda explicarlo de una manera coherente, porque estamos frente a un poema, cuerpo vivo, rosa sangrante que en espasmos se nos abre.
Miércoles de ceniza es un largo poema de 622 versos, un hondo quejido en el paroxismo del dolor, --lamento que se enfatiza por la ausencia de puntuación-- y que se desborda en una estructura externa de 17 partes no numeradas. En cuanto al número de versos que constituye cada parte, la irregularidad es muy notoria. Encontramos estrofas desde 21 versos hasta 60. Y éstos se caracterizan por ser de gran extensión: 15, 16, sílabas métricas y algunos de ellos presentan cesuras. Se puede afirmar que se inspiran en la Biblia dada su longitud. Y hacia ella también nos remite el tema de la obra que se define como: el profundo dolor que experimenta la autora ante la pérdida súbita de su padre. Sentimiento, que encuentra su cauce expresivo en los largos períodos del versículo.
Otro aspecto que se distingue en las estrofas es la coincidencia de los contenidos:
Para facilitar mi estudio lo he dividido en 2 secciones de acuerdo a ello. Una primera, constituida por las estrofas I, II, IV, XI, XIV, y XVII[2], divisiones que en su conjunto vienen a ser como una pintura[3] que nos muestra la figura del padre muerto. Hacia esta superficie, y brotando de la voz lírica, convergen 4 ríos de sentimientos: frustración, paz, ausencia, y por encima de éstos, el amor. Emociones que se originan ante la vista de la figura del padre muerto y que se traducen en 4 temas secundarios; hilos temáticos que tejen la segunda sección. El primer subtema es el del reproche, y se ubica en las estrofas III y VI. El segundo, el del remanso, que se asienta en las estrofas V, y X. El tercero constituido por las estrofas VII, IX, XV, partes en las que se fundamenta el subtema de la ausencia. Y por último, el cuarto, que es el delineamiento de la figura espiritual del padre, dibujo que se concentra en las estrofas VIII, XII y XVI. Estos 4 subtemas vienen a dar consistencia y tono al lienzo de la pintura del padre fallecido. Temas secundarios que se caracterizan por una gran cohesión, y que ya imbricados con los hilos del sentimiento que les dieron origen, presentan un dolorido entramado, cuerpo-lienzo del poema por donde se rebasa el dolor.
En cuanto al título del poema “Miércoles de ceniza” se puede decir que es sugeridor si lo vemos desde dos perspectivas. Una, aparente, en primer plano; y otra en una dimensión profunda. La primera se afianza en una base real, pues precisamente un miércoles de ceniza es el día en que muere el padre de la poeta. Si pensamos en la tradición[4] que este día acarrea, y específicamente en el significado de la ceniza, --el uso de ella en la cabeza era señal de duelo, de arrepentimiento, de penitencia—esto nos lleva a la dimensión profunda. Así pues, en este caso, Miércoles de ceniza representa simbólicamente el inicio del duelo, pero más que todo, el despertar, el darnos cuenta de que nuestra esencia, el polvo, no es uno cualquiera, sino uno luminoso, divino.
La primera sección --a la cual le llamo la pintura propiamente dicha-- está constituida por las estrofas I, II, IV, XI, XIV y XVII, divisiones no numeradas, conjunto que se caracteriza por lo siguiente. Cada estrofa viene a ser como un cuadro, un momento, que muestra una diferente perspectiva vista desde arriba en cuanto a la cercanía o lejanía en que nos encontremos de dicha pintura. La estrofa I, se destaca por los detalles precisos como son: el periódico al lado, los brazos reclinados, los dedos arqueados levemente. Imagen que nos habla de una muerte hermosa, tranquila, una muerte que simplemente se rinde ante tanta majestad de nobleza a como era su padre, y es por eso que su cuerpo no presenta la rigidez de los muertos:
En ti la muerte era como el sueño de un niño los párpados cerrados
iluminados desde la oscuridad inasequible de un sueño
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en ti la muerte era obediente y tranquila
enterrada en tu cuerpo con sus zapatos sucios
no endureció tus manos ni tus piernas no quiso calzar piedras (2)
La percepción precedente, la de la muerte tranquila, continúa en la II estrofa, pero aquí y en contraste con la anterior, la muerte como un espejo roto nos devuelve una figura en dos dimensiones: una de cercanía que nos presenta el aspecto físico, como por ejemplo ‘la camisa arrugada’ y la otra que muestra un aspecto más sutil, que va más allá de la apariencia. Esta dimensión se proyecta en la repetición del verso “Muerto eras pesado y dócil.” (2 – 3)
La IV estrofa como una continuación de la II mantiene sus dos dimensiones ya anotadas: una física, objetiva, y la otra en profundidad, más en consonancia con lo que no vemos. La poeta vuelve a hacer uso del recurso expresionista, la repetición del verso “Muerto eras pesado y dócil” ya manifestado en la estrofa II. Pero aquí en la IV, adquiere una connotación muy especial, pues la repetición del verso en estrofas diferentes y como estribillo en ésta IV, magnifica la inmediatez del cuerpo muerto, así como también su lejanía:
Muerto eras pesado y dócil
mar apretado en el espacio breve de tu cuerpo
………………………………………………..
Y tú ahí
pesado y dócil
dos hombres y yo misma no bastamos para llevarte hasta tu cama
estabas sin estar yo tocaba a tu puerta gritaba te llamaba
no había nadie ya
sólo tú ajeno e inmediato hermoso digno
pesado y dócil como muerto (4 – 5)
El canto XI nos trae de nuevo la imagen muerta del padre. Imagen física que se multiplica en metáforas. Es “sombra de nueces tiradas sobre el césped / disputada por pájaros e insectos / (12). Es además, muro iluminado, cárcel vacía, etc. Pero así muerto es más de su hija, la acumulación del adjetivo posesivo ‘mío’ intensifica la posesión: “muerto eras más mío más de todos y nadie / ……… muerto eras mío mío / (12) De esta estrofa se puede afirmar que está enmarcada pues cierra con la misma metáfora del comienzo: “sombra de nueces’, con la diferencia de que ahora es la hija la que recoge “las mismas nueces que pájaros e insectos” se disputan. Más allá de ese nivel literario, hay uno más profundo. Ella, la hija, es la que de alguna manera recoge el legado espiritual del padre.
Otra perspectiva con respecto a esta pintura se muestra en la estrofa XIV. Con la distinción que en aquéllas el cuerpo muerto se veía en dos dimensiones, una física y la otra más profunda. En ésta predomina el nivel que no se ve con los ojos físicos, sino con los ojos del alma. El verso que arrastra de las estrofas anteriores: “muerto eras
pesado y dócil” siendo ‘pesado’ una alusión a lo físico, es casi el mismo en esta estrofa; el cambio que se observa radica en los adjetivos. Ahora es ‘espeso y abatido.’ El adjetivo ‘espeso’ se refiere a la sustancia, polvo, del cual está hecho el padre. Sustancia transmutada ya que ahora es ‘mar,’ ‘lluvia’ y a su cuerpo muerto llega un resplandor de cuarzo, lágrimas, y ópalos. Ahora es como si fuera: “de una sustancia ajena / más parecida a Dios que la oblea acuñada en el sagrario.’ De nuevo la idea ya expresada al comienzo, el barro en este poema recobra su divinidad perdida.
La segunda sección en la que descansan los 4 subtemas, se inicia con el primero de ellos, el del reproche, y se origina en el sentimiento de la impotencia. Las estrofas que lo contienen son: la III, VI, y XIII y se distinguen por una variante en el tono. En la III, se percibe un malestar anímico no hacia su padre, sino dirigido hacia ella misma. La autora nos confiesa que esa noche, la noche anterior a la muerte del padre, ella escribía convencida de la inmortalidad de las palabras, y no supo intuir su adiós. De nuevo como ya vimos, la repetición de versos claves como es en este caso “Y no escuché no supe no vi la despedida” va tejiendo el entramado afectivo del poemario. Según Raúl H. Castagnino: “La estilística asigna a la repetición más proximidad con el orden de la afectividad que con el del intelecto, al que apuntaba la retórica.” (El análisis literario 290) De esta manera, las ideas expresadas anteriormente --la de no poder intuir la despedida, y su ocupación en la escritura—cobran relevancia en su repetición y se convierten por lo tanto en otro recurso expresionista:
Yo escribía la noche que llamaste ajena a todo
convencida de la inmortalidad de las palabras limpiándolas una a una
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no tuve la intuición de la madre que detecta la minúscula señal
en el fondo del iris la clarividencia necesaria para escuchar
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y no escuché no supe no vi la despedida
no pude entrar al auto cruzar puentes golpear la puerta inesperadamente
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y no escuché no supe no vi la despedida
no pude abrazarte perderme en tu sonrisa decir
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yo escribía la noche que llamaste hablé contigo
reímos mucho siempre reímos con dientes de verano (3 – 4)
Si en la estrofa anterior, la poeta se recrimina por no haber intuido la partida del padre, aquí en la VI se reivindica así misma. Trasciende el sentimiento de culpa cuando se da cuenta que ella sí estuvo ahí, el día anterior de la partida definitiva y el último momento cuando recibe los restos de su padre ya cremados. La estrofa está dominada por el pronombre personal YO. Y este dominio se afianza por la repetición de dos versos ‘Yo fui la última’ y ‘yo estuve ahí contigo.’ Versos que se hacen más intensos porque los complementa el uso de la anáfora: tanto, tanta, tanta, tan, al final de la estrofa:
Yo fui la última que te vio estuve ahí al principio y al final del fin
comimos juntos tu última comida
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yo fui la última que te abrazó cuando aún habitabas tu cuerpo
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yo estuve ahí contigo la última a quién viste
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yo estuve ahí contigo esperando a que cremaran la luz
a que me entregaran la caja con tu polvo
que pequeño es abuelo dirían mis hijos sorprendidos
yo también me pregunto
cómo cupo tanto resplandor tanta esperanza tanta vida
en tan poco polvo (6 - 7)
La afirmación previa continúa en la estrofa XIII. El lamento aquí parece un eco tormentoso que no parece tener fin, pues vuelve y vuelve. Nadie pudo intuir, darse cuenta de la partida del padre. Partida inesperada pues él muere en medio del sueño fulminado por un ataque al corazón. Y no estaba solo, junto a él, el perro dormía y no pudo seguirlo.
Todo el dolor expresado en los versos que anteceden se acuna por un momento en el subtema del remanso, hilo discursivo que recorre las estrofas V y X. Es muy breve pero sirve como para rebajar un poco la atención. La voz lírica se separa del cuadro, del padre muerto recostado en el sofá, y nos lleva ahora hacia una reflexión sobre lo que hace distinto al miércoles de ceniza. Y esta nueva consideración capta el interés del lector común, porque no representa la asociación que tenemos a priori, no hay ‘colgaje morado’, ‘sotana oscura.’ El polvo del miércoles de ceniza aquí en el poema rescata nuestra divinidad porque no es el recordatorio de nuestra sentencia, sino que es la certeza de saber que nuestra esencia es sagrada:
Los días de ceniza son distintos a todos
la vulnerabilidad cristaliza los rostros los transparenta
de tal forma
que cada persona en cada calle en cada mundo
es cada rostro un racimo apretado de blancura
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resplandor momentáneo del polvo que se siente
orgulloso de serlo
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son un recordatorio no de nuestra sentencia
no de nuestra pena de muerte inconmutable no
es el día en que el polvo se sabe más sagrado que nunca
más bello y postergable más abierto a la vida (5 – 6)
La estrofa desemboca en una comparación bellísima donde el padre es como ‘un trozo de espejo tirado a pleno sol.’ La poeta se refleja en ese espejo y se transforma a sí misma porque a partir de ese momento ‘recoge los fragmentos de luz’, es decir descubre su divinidad y el polvo florece. Y al hacerlo así, el amor todo lo llena, expansión que se observa en el paralelismo del verso ‘y te amé tanto padre’:
y me miré en tu muerte recogí los fragmentos de luz
rotos y mansos como palomas resignadas
a la jaula del rostro
recogí las azaleas de tu polvo orgulloso
y te amé tanto padre
y te amé tanto padre
como es capaz la arcilla como florece el polvo
el día de ceniza (5 – 6)
La meditación sobre la ceniza continúa en la estrofa X con el mismo tono reflexivo que observamos en la V. Se destaca además lo que ya es parte del estilo de este canto, el enmarcar a ciertas estrofas, por la repetición de versos al comienzo y al final del poema. Estribillo que en este caso sirve para destacar la diferencia con otros miércoles, en éste, el de ceniza, el padre ya no está:
Era miércoles padre
no cualquier miércoles este era de tierra y luz
de árbol caído de fuego extinto de caja y sacerdote
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y era un miércoles no cualquier miércoles
este era de ceniza
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es que era miércoles
no cualquier miércoles este era nuestro miércoles
y tú no estabas ya (11 – 12)
El subtema de la ausencia se expresa en las estrofas VII, IX y XV. El canto VII se enmarca en el verso “Mi casa padre nuestra casa está rota’, dicha expresión sintetiza la ausencia, la soledad que habita la casa después de la partida. Esta parte se caracteriza por enumeraciones cuaternarias sustantivas que se agolpan en un ‘todo’ escapado al tiempo. Toda esta sección de 50 versos se puede considerar como una gigantesca imagen de desolación que realza la ausencia del padre y que se condensa en las enumeraciones ya mencionadas y se proyecta a los lectores en tres verbos ternarios de negación: ‘no contesta’, ‘no habla’, no echa a andar’:
Mi casa padre nuestra casa está rota
sin ti parece ajena y detenida
como si se hubiera ido a su manera como si lo que queda
ladrillos varilla muebles
hubiera enloquecido
……………………….
no hay nada en toda nuestra casa que sepa continuar
después de tu partida todo se escapa al tiempo
los grifos del agua las paredes la banqueta
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han emigrado contigo los objetos las cosas la tortuga y el auto
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te lo llevaste todo
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por lo menos aquí todos se fueron como pudieron irse
a su manera montaron en tu muerte como animales salvables
en la barca
y se niegan a hablar a funcionar a contestar preguntas
las sillas las maderas el patio los libreros
la casa padre nuestra casa está rota (8 – 9)
Si en la estrofa VII predomina la imagen de la casa rota, esta IX nos habla de la ausencia. Esta ausencia ya no es la que dejara el padre, sino, y aquí vemos un matiz de distinción, aquí la ausencia es cargada como algo físico pero sumamente doloroso. Una comparación bellísima en su dolor expresado y que nos deja sin palabras, se sintetiza en los siguientes versos: “Llevo tu ausencia como un hijo muerto sobre el hombro / padre… / tu ausencia nuestra ausencia nuestro último martes / me intercepta desesperadamente ruega / y es un hijo muerto que arrastro sobre el hombro” (10)
El peso de la ausencia que ya se manifestaba en las estrofas anteriores, se intensifica en esta sección siguiente. La voz lírica rememora el día que sacaron de la casa al padre, y a pesar de que a veces parezca que va a entrar, que va a hablar, es solamente el paso del aire, los ruidos de la casa. Casi se podría decir, que esta estrofa XV, es la estrofa donde llega al climax la ausencia. Aquí el dolor se intensifica y los versos fustigan porque ya se sabe que la ausencia es definitiva y ya no volverán a verse ni con los ojos ni con los cuerpos de siempre: “porque tu fuga es definitiva irrevocable y amplia / porque no volveremos a vernos / con los ojos de siempre / con los cuerpos de siempre / (17)
La figura espiritual del padre, el último subtema, se delinea en las estrofas VIII, XII y XVI. La estrofa VIII se caracteriza por un número mucho menor de versos, y aquí comienzan a manifestarse los primeros rasgos espirituales del padre. Y como ya es una característica de estilo en este poema, la repetición del verso: “Te habitaba constante la alegría” además de enmarcarlo sirve para trazar de una manera efectiva y con precisión sus primeros rasgos:
Te habitaba constante la alegría
………………………………..
te poblaba por dentro un parvulario un salón de clases
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en ti la alegría era congénita pensábamos
…………………………………………….
te habitaba inédita la vida como si antes de ti no hubiera nada
…………………………………………….
como si fueras el primero en enseñarnos
la manzana aún sin mordeduras
………………………………………….
te habitaba constante la alegría
te poblaba por dentro un parvulario (9)
El tema secundario anterior desemboca en la estrofa XII y ésta presenta dos variantes significativas. Una de ellas, es la de valerse de un recurso literario que toma desprevenido al lector, como lo es, la inserción de un poema sin título, sin fecha y sin firma, encontrado en la biblioteca de su padre. El canto insertado sirve para seguir construyendo la estatura espiritual que se venía alzando en las estrofas previas. Y la segunda variante, es que este poema introducido utiliza el presente en contraste con el pretérito, el tiempo verbal dominante de todo el canto. Este uso del tiempo presente diviniza la figura del padre, pareciera que ahora está esculpido para la eternidad. Y en este canto alcanza dimensiones de héroe mítico: hombre de tigres, telúrico, intenso, idealista, de libros, sereno, hombre que expresaba en sus ojos el desgarro del siglo XX:
Eres hombre de tigres de acacias
de serpientes liadas a la tierra
telúrico
…………………………………………..
vertical
idealista
………………………………………….
sereno
atormentado
por tus ojos espesos deambula desgarrado
el fin del siglo veinte (13 – 14)
Y ya en la estrofa XVI la figura del padre, patriarcal y mítica se consolida. Estaba forjado por cosas buenas, en él se multiplicaba la alegría, en él se manifestaba ‘la voluntad de dar la leche y el bocado’. Todas las cualidades que hacen única su figura se resumen en el verso que se repite: “eras noble y sencillo inteligente y lúcido” (18)
El poema termina con la estrofa XVII, la última y nos remite a la imagen del padre muerto. La importancia de ella estriba en que con ella se completa la mirada que había sido dirigida hacia la pintura desde el comienzo del poema y además se cierra el gran círculo que es el poema. De nuevo la escena doméstica, el padre recostado en el sofá, con el perro a su lado y la televisión encendida. Esta perspectiva nos devuelve la inmediatez de la muerte, pero la imagen es una de tranquilidad, de paz como la que vimos al comienzo. Se fue sin grandes aspavientos, así como era ‘sencillo y bueno / alegre como niño en verano.’ (19) El poema cierra con la reiteración de que era Miércoles de ceniza, miércoles muy especial, día donde por fin entendemos lo sagrado del polvo: “habías vuelto al polvo así dormido y luminoso / como los sueños buenos / justamente en un miércoles / no cualquier miércoles éste era de ceniza / no hace falta creer para entender / lo sagrado del polvo.” (19)
En conclusión, Miércoles de ceniza es un poema circular, que nos devuelve a la primera escena, desde donde el dolor puede seguirse recreando hasta el infinito. El gran tema: la manifestación del dolor ante la pérdida del padre se visualiza y se siente en una pintura que se completa en 6 estrofas. Hacia esta superficie concurren los sentimientos que emergen de la conciencia y dan origen a los subtemas ya estudiados, como son: el de la ausencia, el del reproche, el del descanso, y el delineamiento de la figura del padre; expresados todos estos en diferentes estrofas, lo cual nos habla del caos, de la conmoción que experimenta el alma ante la pérdida de un ser querido. De ahí el uso de los versículos, largos ríos expresivos que se caracterizan por el predominio de figuras repetitivas: acumulaciones, paralelismos, anáforas. Cabe destacar también por todo el poema el efecto onomatopéyico del sonido tr, rr, para reproducir el sonido de la muerte: “corazón desbaratado como pulpa y semilla contra el piso” y para expresar también un poco el sentimiento de frustración por no poder prever su muerte, o ayudarlo en su último momento, emoción válida que acompaña generalmente al dolor. Otro sonido es el de las eses, fricativas que expresan el elemento del silencio presente en todo el poema, silencio que tocamos porque es a través de él que nuestras emociones adquieren un rostro; y por último el sonido de las i, especie de hondo y largo quejido que permea el canto.
Finalmente, Miércoles de ceniza es un hermosísimo canto elegíaco que suaviza de alguna manera la condena implícita de la frase bíblica[5] porque restaura nuestra filiación divina. Sí, es cierto que somos polvo, pero uno luminoso.
OBRAS CONSULTADAS
Ardalani, Elbia. Miércoles de ceniza. Manuscrito.
Castagnino, Raúl H. El Análisis Literario. Introducción Metodológica a una
Estilística integral. 9ª edición ampliada y actualizada. Editorial Nova:
Buenos Aires, 1974.
Kayser, Wolfgang. Interpretación y análisis de la obra literaria. 4ª edición
Revisada. Madrid: Editorial Gredos, 1985.
[1] Término este ultimo que tomo prestado del maestro Castagnino.
[2] Esta última estrofa la analizo al final del estudio dada su importancia.
[3] Pintura muy real que me trae a la memoria la más famosa obra de Velásquez, Las Meninas; claro está
que con un tema diferente.
[4]. Para la Iglesia Católica es el primer día de la Cuaresma, cuarenta días antes de la Pascua.